El horror de la hoja en blanco

La Hoja en blanco

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La hoja en blanco asusta a cualquiera. Desde el narrador, al opositor. Del consultor, al desempleado. A todos nos asusta una hoja en blanco.

A todos, y también a nuestro protagonista. Pero no por el mismo motivo que al resto. La mayoría tememos al vacío previo a tener que soltar todo aquello que tenemos en la cabeza, y sobretodo a que las fechas límite nos obliguen a llenarla.

Pero nuestro protagonista no tenía que escribir nada en esa hoja en blanco. De hecho, se preguntaba por que estaba en blanco. Porque el periódico local tenía la segunda página en blanco. ¿En que cabeza cabía que la segunda hoja de un periódico estuviera en blanco? Quizás era una de tantas reivindicaciones políticas, pero en el resto del diario no se hacía mención. De hecho, se obviaba que estuviera en blanco. Nada. Ni una simple referencia.

Pero nuestro protagonista tenía muchas más preocupaciones que la segunda página en blanco del Local Times, información cercana, con calidad estatal. De hecho, no debería haber estado leyendo con el café. Debería estar nervioso.

En menos de cincuenta minutos entraba a quirófano. Tenía una operación programada. Simple. El nerviosismo no era por la operación. Es el mejor cirujano del estado. Pero no siempre en tu mesa está el mejor tenista del mundo. Y su rodilla, machada en tantas carreras tras la pelota.

Dejando el café en la cocina, coge las llaves del coche y sale a la calle. De una patada, aparta un panfleto publicitario* “Los mejores colchones de la ciudad”. *Y al volar, lo ve. La segunda página del folleto, está en blanco.

Tonterías, se dice. Se intenta autoconvencer de no haber visto esa hoja en blanco. Que quizás lo había malinterpretado, que aquí si que era un instrumento de marketing.

Sube al coche. Arranca. Sale de su jardín. Engrana la segunda marcha de su camioneta recién comprada. Llega al cruce, hace el stop. Deja pasar a la vecina, que pasea los perros.

Continúa recto. Otro cruce. La señal está en blanco. ¿LA SEÑAL ESTÁ EN BLANCO?

Parpadea. Es el STOP de siempre. En el mismo poste. Pero completamente blanca. Otro vecino cruza, ajeno por completo a la señal, o al gesto atónito de nuestro protagonista. Detrás, otra camioneta hace sonar su claxon.

Arranca de nuevo, nervioso. Nervioso no por la operación, nervioso por esa señal, por la página del Local Times, por la publicidad.

Continúa por la autopista. Ahí no hay señales que quedarse en blanco. ¿Verdad? No exactamente. La salida 43 está indicada. Las indicaciones para ir al centro de la ciudad, también.

Decide no mirar. No desconcentrarse. Las señales no existen. Conoce el camino como para recorrerlo casi con los ojos cerrados.

Hospital. Aparca en su plaza asignada. Dr. Melvin Crandall. Justo al lado de la plaza del director. El director… La placa del director está vacía. Corre. Llega tarde.

Coge su acreditación. Dr. Melvin Crandall. También el historial del paciente. En blanco.

Grita.

Despierta.

Una maldita pesadilla. Coge el bote de pastillas para dormir. Por delante, la información. Detrás. EN BLANCO